La esquina del amor: Haight & Ashbury

Aníbal Santiago

No necesitas que una cápsula de LSD te mude a otra dimensión, pero en 2024, al ver delante tuyo estas residencias, alucinarás a un mayordomo británico de corbatín y saco negro. Cargando una radiante charola, el hombre de nariz hacia el cielo se acerca suavemente a su noble señor para agarrar con guantes blancos la tetera de plata y servirle té Earl Grey en una primorosa tacita de porcelana.

No es extraño que tu fantasía construya esa escena porque las residencias que te rodean, aunque gringas y en pleno San Francisco, son británicas. Vic-to-ria-nas. ¿Qué es eso?  La elegancia de hace siglo y medio -fabricada en ladrillo, vidrio, hierro, cerámica, madera- y propagada en días de la reina Victoria: techos inclinados, ventanales, carpintería ornamental, torreones. Una delicia beige, celeste, gris. Tonos prudentes que enloquecen, se tiñen, transforman y abrillantan si caminas al corazón de este barrio del norte del puerto y llegas a la esquina más amorosa y rockera del mundo: Ashbury y Haight.

No es sencillo, pero prepara tu cuerpo para la lujuria (cromática). A los antiguos edificios se los cubrió de colores que incluso tus ojos nunca han visto, y que aquí adoptan forma de hongos, símbolos de peace and love, estrellas, corazones, flores, notas musicales.

Intuyes bien: en estas mismas cuadras se produjo hace seis décadas el célebre Verano del Amor. En 1967, 100 mil hippies llegaron al distrito de Haight-Ashbury para mezclar sus cuerpos, arrojarse a la música, oponerse a la guerra y consumir alucinógenos en unas fiestas llamadas Acid Tests.

Hoy a la música la domina el Auto-Tune, la droga es un drama sin romanticismo, la guerra sigue desangrando al planeta y el sexo es mucho perreo y poco amor. Sin embargo, el barrio Haight-Ashbury sigue siendo la capital hippie del mundo.

Y entonces, a probar lo hippie como se te antoje: en Amoeba Music empaniza con polvo setentero tus dedos cuando repasas viejos LP; llévate unos de conocidos inquilinos del barrio: Janis Joplin, Jimy Hendrix y Grateful Dead, la banda que creó una casa comunal en el 710 de la calle Ashbury, el cuartel de este movimiento social. La historia de deseo y alegría tuvo un triste final. En un operativo antinarcóticos, el 2 de octubre de 1967, la Policía irrumpió en la casa y a 11 habitantes los esposó y detuvo con mariguana y hachís.

Prosigues la caminata y tienes sed. Por eso en Amal’s Deli pide una helada Schaefer, la mítica cerveza que acaso tomaba William Burroughs mientras castigaba toda la noche su máquina de escribir. En Artist Collective ya están listos para insertarte un piercing en el labio y tatuar una clave de sol en tu pelvis. Y en Piedmont Boutique te miran unos maniquís de realismo que espanta portando pelucas naranja y antifaces. Además, en cualquier negocio sobran pipas de cristalina lava de colores para que les encajes hierba verde (aquí es hidropónica y está bastante regularizada).

Es imposible que un/una capitalista actual se resista a la moda, cuyo efecto en este lugar es como meter los ojos a un caleidoscopio. Ninguna tienda más impresionante que Love on Haight SF, que en su web así define su labor: “difundir arcoíris, destellos, paz, amor y bondad”. En realidad, su mercado son blusas, batas, sudaderas, pantalones y un millón de prendas más con que se cubren los hippies sobrevivientes. Dentro de este salón de techos, muros y pisos psicodélicos (y música de Rolling Stones) las vestimentas son tan maravillosas que inspira olerlas y apretujarlas, no como si fueran textiles inanimados sino esponjosos gatos de colores. Por ahí cuelga una increíble guitarra multi cromática con un sol, la bandera británica, planetas y un hombre de túnica violeta. Si también pretendes abrazarla, un cartelito te exige recato. Nada de toqueteos: “Don’t touch, i’m too pretty to be” (No me toques, soy demasiado bonita).

Salí una tarde lluviosa de esa tienda que perturba a los ojos y al caminar descubrí, con diurex en la vidriera, una frase de Jerry García, vocalista de Grateful Dead que el barrio adora a 30 años de que ascendiera a su cielo hippie de melenas, guitarras, panderos y flores en el pelo: “Si la sociedad tuviera verdaderas agallas, nos esforzaríamos para abordar sus errores con rectitud”.

Pero si la rectitud jamás aparece en este mundo ruin, una gran pinta sobre un muro aclara esto: “We will get by, we will survive” (nos las arreglaremos, sobreviviremos).

Pese a que el hippiesmo solo vive en Haight-Ashbury y algún otro sitio del planeta, aún no murió la esperanza.

 

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